26 de febrero de 2017

Que me devuelvan el dinero

Ocho meses han tardado en dirimir el asunto. Ocho meses para concluir que Urdangarin y Torres actuaban en tándem, que se lucraron y tiraron de la "privilegiada posición" institucional del exduque y que se lo llevaron muerto. Bueno, eso sólo en Baleares porque lo de Valencia es de locos. Ahí no ven justificado las magistradas que se contratara con Urdangarin por ser quien es (era), ni que lo cobrado por Nóos fuera desorbitado, ni siquiera que los JJEE que nunca se celebraron, pero sí cobraron, representasen un timo como la copa de un pino. No puede demostrarse. Y como no se puede, no se pena. Así de simple. Conclusión: 6 años y tres meses para Urdangarin y 8 años y medio para Torres.
Así es el derecho pero no debe de estar muy bien argumentado el asunto, cuando tampoco a ojos de la Fiscalía esto se considera de recibo.
Urdangarin es culpable. Así lo dicen las juezas, que son las que tienen potestad para decirlo, aunque la condena la llevara puesta el marido de la Infanta desde el proceso de instrucción. Es culpable de prevaricación, malversación, fraude, tráfico de influencias y de escaquearse de pagar a Hacienda lo que debía por dos veces. Sin embargo, por ninguna de esas cosas las juezas han querido imponerle la mayor de las condenas. Por separado lo impuesto a cada ilícito penal no supera los tres años.
¿Sólo con Urdangarin? Bueno, con Torres tampoco han sido especialmente duras. La diferencia estriba en que para el socio del duque hay un delito de blanqueo de capitales que le dispara la pena un par de años más. Con un canto en los dientes.

Al margen de las consideraciones sobre el auto, ya diseccionado en todos los medios, me gustaría centrarme en algunas cosas:

¿De verdad había serias discrepancias en el Tribunal?
Sí. Desde el primer día, no sólo con la redacción de la sentencia. Sin embargo, la decisión ha sido unánime, sin votos particulares, y optando todas por la versión light. Esta sentencia descafeinada se refleja también en el criterio que han vuelto a seguir las magistradas en la toma de medidas cautelares hasta que se termine de resolver el caso ante el Supremo. NO han querido sentencia ejemplar. NO quieren medidas cautelares ejemplares. Y ahí están a una, por lo que se ve.
¿Qué pasa con la Infanta?
Creer que iba a ser condenada era ingenuo. Básicamente porque no había argumentos para ello. Usó dinero ilícito sin saber que lo era. Lo mismo ha pasado con Ana María Tejeiro que SÍ tuvo su papel en Nóos, que SÍ consta que hizo transferencias y abrió cuentas bancarias, que tuvo puestos de responsabilidad y que NO CONTESTÓ a las preguntas de nadie en el juicio. Ella también ha sido absuelta. Sin embargo, en su caso no se ha montado revuelo mediático. Deberíamos hacérnoslo mirar.
¿Qué habría satisfecho a la gente?
La sensación instalada en la calle es la de impunidad de los poderosos. En cierto modo es cierto. Resulta desconcertante que las magistradas aleguen el mismo hecho (QUIÉN es Urdangarin) tanto para condenarle por el saqueo de Baleares, como para no imponerle fianza ni prision preventiva hasta que haya decisión del TS. No necesita explicarse, decían las juezas en su auto de medidas cautelares. ¿Cómo que no?
Que no vayan a prisión inmediatamente no está bien visto, ni una condena benévola como esta. Aunque hayan devuelto dinero. Aunque tengan bienes embargados.
Ahora bien, Urdangarin y la Infanta, no nos engañemos, ya estaban sentenciados. Ha existido un juicio paralelo. Nada de lo que dijesen en el banquillo el uno y la otra habría servido para nadie. Y nada, por muchos años que pasaran entre rejas, habría suplido la indignación del pueblo que ve cómo se puede tener sangre azul y querer chupar la roja al contrario.
Esto ha sido como ir al cine, con unas expectativas demasiado altas. Nuestro Código Penal es el que es, por mucho que ahora pretendamos que nos devuelvan el dinero.




22 de junio de 2016

Fin de curso

Con la misma pasión ausente con la que ha intervenido durante casi sesenta sesiones, ha despachado la jueza este circo.

Samantha hastiada. Samantha ausente.

No hay golpes de mazo en la vida real y los 'visto para sentencia' son apenas una coletilla que se pierde entre citas de anexos, sumarios  y 'respetuosas' protestas.

No ha habido nada de respetuoso en este juicio manchado por la avaricia, la pretendida impunidad y la peste a cloaca del Estado. 

Ha terminado Nóos con el espectáculo de los alegatos finales de las partes. Las defensas han lanzado sus S.O.S al tribunal intentando, más que convencer a las juezas de las bondades de sus defendidos, abrirles los ojos ante la maldad del que acusa. Como si no se hubiesen dado cuenta. Juicio de poca defensa y mucha crítica y chivato.

El caso Nóos ha pasado factura a todos. Seis meses en los que las batallas personales se han mezclado con las corruptelas. Y todo tenía su consecuencia en la sala. 

Un alegato final no es todo el juicio, pero sí un pequeño espejo, una foto del curso. Y así hemos podido ver quién ha estudiado durante los trimestres, quién lo ha llevado con pinzas y quién ha ido solamente a ver pasar la vida. 

Entre los primeros, Manuel González Peeters, abogado del acusado más aplicado. Diego Torres. Su 'speech' definitivo no ha defraudado: un poco faltón, a ratos agresivo, otros entrañable. Siempre con humor (ácido) afirmando, incluso, que quienes acusaban a sus clientes "habían sido abducidos por la ciencia infusa", tirando de ingenio "Me siento como James Stewart, desarmado frente a todo". Definiéndose a sí mismo mejor que nadie "yo no doy puntada sin hilo". Él cree en la inocencia de sus clientes más que ellos mismos, se ha implicado hasta lo personal, hasta rozar casi lo enfermizo. Ha hecho suyo este caso porque, en parte, se le ha ido parte de la vida en ello. Bravo, Peeters. Buena pieza.

Mario Pascual Vives estuvo brillante. A la chita callando, como es él. Pasando desapercibido ha llevado una defensa difícil, porque difícil es la tarea de enarbolar una bandera raída y sin emblema. Dejó claro que su cliente ha recibido por todas partes, que si también han dejado a alguien solo frente al peligro, ha sido a Iñaki Urdangarin. Juzgado socialmente antes de que enero llegara con togas y puñetas. Casa Real le dio la espalda. Intentaron pactar a destiempo y sin suerte. No tuvieron buena mano con las cartas y todo pinta como pinta. Mal. Pascual Vives defendió la inocencia del exduque, pidió su absolución y condenó a quienes condenan rápido y preguntan después. También dentro de casa. Bien, Mario. 

Y como pasa en todo curso, siempre hay quien promete mucho al principio, pero luego se desinfla. Pau Molins ha estado y no. En realidad, la defensa de la Infanta (el batallón formado por hasta cinco letrados diferentes que se han sentado en la bancada) ha participado de lejos en el juicio. Como el que no va con él la historia. Como el alumno que sabe que le tienen que aprobar a fin de curso porque la reforma de turno le salva de repetir. Como el que sabe que papá pagará otro colegio si le echan de este. Ni uno solo de los magistrados ha estado al 100%, ni los del bufete de Palma. Preguntas, las justas al resto de acusados, testigos y peritos. El alegato final de Molins parecía ajeno, expuesto sin pasión, con la cabeza en otra parte... y torpe, muy torpe. No se puede excusar a Doña Cristina argumentando su apretada agenda de madre trabajadora (como si fuese una más) ni, desde luego, apelar a que todos, incluídos jueces y abogados, firman miles de documentos sin leer. El bochorno en la sala y el tribunal ha sido evidente. Si hay condena para la hermana e hija de reyes (que lo dudo), tendrá mucho que agradecer al barcelonés. Hoy, el último día, ha sido el primero en que la Infanta ha tenido a un amigo en la bancada de público. Lorenzo Caprile. Un maestro del alfiler incapaz de coser la tristeza de su amiga, sola, arrinconada por una Familia a la que ya no pertenece.

Este juicio se ha llamado también "Juicio Infanta", y ha sido su abogado el que ha querido declamar a Einstein y Cicerón y reivindicar que "El Derecho todavía no ha muerto", que la ley es igual para todos y que "no se debe aplicar para beneficiar a nadie, pero tampoco para perjudicar a nadie".

Si algo saco de estos seis meses es que, efectivamente, la ley es igual para todos, pero eso no significa que todos seamos iguales ante la ley. Que las caras de alivio de juezas, abogados y acusados hoy, al terminar este suplicio, reflejan que la capacidad de maldad de algunos es infinita, pero la de aguante, limitada. Ya no se podía ver más mierda.

Y, dentro de las heces, una burbuja y una reflexión. Antes de que los ascensores separaran a los 17 acusados de su destino y de Son Rossinyol, Mercedes Coghen se despide de un compañero periodista y servidora. Le pregunto por su abanico, agitado con énfasis en la sala. Un abanico que rezaba "HOLA EVERYONE" con el logo de Madrid 2016. Su candidatura maldita, la que le llevó al banquillo. Por la que puede ir a prisión cinco años. Ni el fiscal quiere realmente que acabe entre rejas... pero ahí está.

Ella, digna, sonriente y tranquila (como cada día de estos seis meses) vuelve a sacarlo del bolso, lo acaricia como quien toca una foto antigua, reconoce aquélla como una de los mejores momentos de su vida y me dice:

-Es que, al final, uno tiene que sentirse orgulloso de lo que ha hecho con orgullo.

El mejor y peor veredicto, el de uno mismo.


14 de mayo de 2016

Divide et impera

Subo a un taxi. El día está soleado y agradable en Palma salvo por ese viento húmedo que, a rachas, cala hasta los huesos. Apenas son doce minutos hasta Son Rossinyol, pero no suele ser un destino al que ir en taxi si uno tiene aspecto de turista, como yo, así que el conductor me interpela:

-¿Qué va? ¿a lo de la Infanta?.

Contesto afirmativamente y, a partir de ahí, el señor taxista me pregunta sobre el futuro. Ya saben, si irá al trullo o no. Él cree que no porque los que roban de verdad, siempre se van de rositas y esas cosas.

- Y esa rubia,-me dice-, esa si que tiene un buen par de cojones, con perdón. Por eso se la quieren quitar de enmedio.

Los tiene, los ovarios. Los tiene para sentar a una Infanta de España en el banquillo y para soportar las presiones. Así que le doy la razón a este señor que me deja en la puerta de la Escuela Pública de Administración Balear con una sonrisa y la cabeza llena de pensamientos.

Han pasado tres meses justos desde el inicio del juicio y yo no puedo estar más confundida, más alucinada. Más espantada. Nada es lo que parece y los cuchillos vuelan en una sala en la que las cuatro cámaras que hay no captan ni una décima parte de lo que pasa. La tanda de testigos está a punto de terminar y quedan las periciales y las conclusiones. Si antes se movían los abogados, ahora no hay quien los pare.

Pienso en el gusto que tienen algunos letrados por manejar a la prensa a su antojo. Alguno, les doy mi palabra, ha llegado a pedirme que no cuente cosas negativas sobre su persona, que bastante tiene, llegando incluso a la amenaza velada.

-Por favor, olvida esto último. No me lo tengas en cuenta.

Y te quedas con cara de póquer, porque no entiendes cómo se puede tener tanta jeta y un concepto tan errado de la labor del periodista.

Nos hemos convertido en sus juguetes, o eso piensan. A veces, desde luego, lo consiguen. Ejecutan a la perfección la máxima 'Divide et impera' porque son conscientes de que buena parte de la sentencia se juega en el periódico, radio o tele de turno. Así que se deslizan por los pasillos y por los guasaps dosificando la información en su propio beneficio y, si es el caso, en el de su cliente también.

Al principio, no se lo voy a negar, es hasta divertido. Es curioso cómo cada uno tira de sus armas y cómo entre nosotros, los compañeros, miramos con recelo al prójimo sabiendo que cada uno tiene una pieza del puzzle. Pero como parece que somos así en el gremio, para qué juntar todas las piezas cuando puedes quedarte con un pedazo exclusivo (aunque insuficiente). Para qué entender toda la historia si uno puede apropiarse de la introducción, del nudo o del desenlace y sacar pecho.
Y ellos, los de las togas, se frotan las manos.
Pero llega un momento en que la diversión, la sonrisa, se convierte en una mueca de hastío porque una ya no sabe quién es quién. La misma sensación que en la última temporada de Perdidos. ¿Cuántas piruetas más van a hacer? Una más y al garete todo.
Son capaces de pactar con el diablo, de mentir, de jugar a agentes dobles. Buscan la victoria en una guerra de desgaste y creo que, si ahora volviera a subirme a ese mismo taxi, le comentaría a ese conductor tan agradable que nada es lo que parece, que los protagonistas han dejado de ser los que se sientan en el banquillo de acusados, y que si alguien tiene cojones, ovarios o ambas cosas, es quien está dispuesto a mantener la integridad y no perder la perspectiva a costa de una pieza del puzzle.

¿Saben? a lo mejor no todos servimos para esa guerra.

No me lo tengan en cuenta.



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