12 de marzo de 2016

Diario Nóos: Callejón sin salida

A González Peeters, de momento, la jugada le ha salido redonda. En el peor de los casos, consigue amedrentar a Miguel Tejeiro, testigo clave, para que este se replantee sus respuestas 'por si acaso', a la vez que gana tiempo. En el mejor, su silencio.
Pero esto tiene otro plano. Un plus. El del ego. El letrado de Diego Torres encontró, tras un mes de proceso, el resquicio por el que empequeñecer al tribunal y, más concretamente, a su presidenta Samantha Romero. La adusta jueza ya se había enfrentado en ocasiones a Peeters, intentando acotar al abogado que a veces tira de soberbia. Romero ya le espetó hace días "Haga el favor de tratarme con respeto" y le advirtió: "no quiero tener que hacer uso de las correcciones disciplinarias que, como usted sabe, prevé la ley". Él agachó la cabeza, tragó orgullo y quina, pidió disculpas y se la guardó.
Ahora se la ha devuelto, consciente de que es un coco y que a estratega no le gana nadie. Ni su defendido, probablemente, que ya es decir. 
González Peeters ha metido a la jueza Romero en un callejón sin salida, sepultada por una maraña de artículos procesales y jurisprudencia. Los peores años de carrera universitaria se le han caído encima a una mujer a la que, parece, se le ha escapado el proceso de las manos. 
Ayer acusación y defensas se arrojaban de fondo norte a fondo sur artículos a favor y en contra de que el testigo, Miguel Tejeiro, respondiera al secreto profesional como asesor jurídico. Ella, como Tejeiro, movía la cabeza de un lado a otro de la pista. "Deuce", le faltó decir. Pedro Horrach denunció "coacción" y acusó a la defensa de "abuso procesal", recordando que han vertido los peores delitos sobre un Tejeiro que ahora no puede defenderse. La defensa, por su parte, contraatacó afilando cuchillos contra Manos Limpias. Virginia López Negrete les había echado en cara sus "maniobras torticeras" y Peeters le acusó a ella de "coaccionar al testigo" a cambio de quitarle la imputación. 
Consciente de que está bajo lupa, Samantha Romero se retiró a deliberar para intentar mantener la imagen de pulcritud jurídica que se ha empeñado en manifestar. Pero esto, más que pulcritud (que también), necesita determinación. Cortar por lo sano y tirar hacia adelante. 
Desde que terminara la sesión, antes de las ocho de la tarde, hasta la mañana del viernes, las magistradas tuvieron tiempo de empollar y anticiparse. Estaba claro que las defensas y acusaciones iban a trabajarse sus argumentos barriendo con los artículos para casa. El Tribunal debió hacer lo mismo. Eso pensaba la sala cuando, sin motivo aparente ni previo aviso, la sesión se retrasaba casi tres cuartos de hora. De la puntualidad exigida por Romero pasamos a una dilación de la que ni siquiera se excusaron. Mal. No hubo excusas y, lo peor, tampoco fue por una buena causa, porque si estuvieron apurando minutos de estudio, no dio ningún resultado.

A cuadros y sin cobertura

La jueza mareó la perdiz toda la mañana y consiguió enfadar a los letrados que vivieron, muchos confesaban, situaciones inauditas. Como en un aula de colegio, allí estaban todos los letrados en sus respectivos asientos. Público y prensa, también. En vista de que aquello podría prolongarse horas, como ocurrió, quien transmitió las órdenes fue el secretario judicial: abogados y acusación podían marcharse, pero tendrían que permanecer en el Polígono Son Rossinyol. A las cuatro de la tarde habría videoconferencia, pero podría retomarse todo antes. O no. O sí. Pim pam. Pim pam. Vamos, que eso tampoco estaba claro, así que nos encontramos con una situación grotesca: los testigos, encerrados en una pecera en la que se habían juntado los citados el jueves, con los que tenían turno el viernes. Y entre ellos, recordamos, algunos no se pueden ni ver. El metro en hora punta. 
En la calle la escena era igualmente esperpéntica: abogados, fiscales, periodistas y trabajadores del polígono vagando por la acera, con la mirada perdida. No sabía nadie qué hacer, algo que se trasladó a las terrazas de las cafeterías con la indecisión de pedirse una caña o un cortado, unas porras o un bocata de calamares. Las incógnitas mundanas sumadas a las capitales. Al menos, ya sí, con móvil, que esa es otra.

A la jueza le molesta hasta el más mínimo suspiro en sala, no digamos ya una alerta en el smartphone. Había pasado más de una y más de dos, pero el jueves ya dijo 'basta'. Prohibió totalmente la entrada en sala con los teléfonos móviles a abogados defensores, acusación, público y periodistas. Si esto ya enfadó a más de uno (González Peeters amenazó con abandonar la defensa de su cliente si no se podía comunicar con él "por whatsapp"), el remate llegó por la tarde cuando un funcionario judicial, cumpliendo órdenes, sacó una lista de quienes se habían hecho los suecos con la prohibición y habían colado el móvil bajo la toga. Cabreo máximo, sin ir más lejos desde la bancada de la acusación, donde alguien escupió un "esto es increíble, no estamos en el colegio".

De la jornada de ayer solamente sacamos en claro una declaración casi irrelevante (la de una extrabajadora de Nóos) y la confirmación de que esto ha llegado a un punto muerto. Miguel Tejeiro salía de la EPAB como había entrado, sin saber a qué responder, y las letradas convocaron al testigo para el martes intentando camuflar en jerga jurídica -"no está dispensado de prestar declaración respecto de aquellas cuestiones de contenido patrimonial y, por lo tanto no debe existir confidencialidad"-, la realidad: que no saben qué hacer con el testigo clave y que, ahora sí, esto se ha ido de madre. 

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