14 de mayo de 2016

Divide et impera

Subo a un taxi. El día está soleado y agradable en Palma salvo por ese viento húmedo que, a rachas, cala hasta los huesos. Apenas son doce minutos hasta Son Rossinyol, pero no suele ser un destino al que ir en taxi si uno tiene aspecto de turista, como yo, así que el conductor me interpela:

-¿Qué va? ¿a lo de la Infanta?.

Contesto afirmativamente y, a partir de ahí, el señor taxista me pregunta sobre el futuro. Ya saben, si irá al trullo o no. Él cree que no porque los que roban de verdad, siempre se van de rositas y esas cosas.

- Y esa rubia,-me dice-, esa si que tiene un buen par de cojones, con perdón. Por eso se la quieren quitar de enmedio.

Los tiene, los ovarios. Los tiene para sentar a una Infanta de España en el banquillo y para soportar las presiones. Así que le doy la razón a este señor que me deja en la puerta de la Escuela Pública de Administración Balear con una sonrisa y la cabeza llena de pensamientos.

Han pasado tres meses justos desde el inicio del juicio y yo no puedo estar más confundida, más alucinada. Más espantada. Nada es lo que parece y los cuchillos vuelan en una sala en la que las cuatro cámaras que hay no captan ni una décima parte de lo que pasa. La tanda de testigos está a punto de terminar y quedan las periciales y las conclusiones. Si antes se movían los abogados, ahora no hay quien los pare.

Pienso en el gusto que tienen algunos letrados por manejar a la prensa a su antojo. Alguno, les doy mi palabra, ha llegado a pedirme que no cuente cosas negativas sobre su persona, que bastante tiene, llegando incluso a la amenaza velada.

-Por favor, olvida esto último. No me lo tengas en cuenta.

Y te quedas con cara de póquer, porque no entiendes cómo se puede tener tanta jeta y un concepto tan errado de la labor del periodista.

Nos hemos convertido en sus juguetes, o eso piensan. A veces, desde luego, lo consiguen. Ejecutan a la perfección la máxima 'Divide et impera' porque son conscientes de que buena parte de la sentencia se juega en el periódico, radio o tele de turno. Así que se deslizan por los pasillos y por los guasaps dosificando la información en su propio beneficio y, si es el caso, en el de su cliente también.

Al principio, no se lo voy a negar, es hasta divertido. Es curioso cómo cada uno tira de sus armas y cómo entre nosotros, los compañeros, miramos con recelo al prójimo sabiendo que cada uno tiene una pieza del puzzle. Pero como parece que somos así en el gremio, para qué juntar todas las piezas cuando puedes quedarte con un pedazo exclusivo (aunque insuficiente). Para qué entender toda la historia si uno puede apropiarse de la introducción, del nudo o del desenlace y sacar pecho.
Y ellos, los de las togas, se frotan las manos.
Pero llega un momento en que la diversión, la sonrisa, se convierte en una mueca de hastío porque una ya no sabe quién es quién. La misma sensación que en la última temporada de Perdidos. ¿Cuántas piruetas más van a hacer? Una más y al garete todo.
Son capaces de pactar con el diablo, de mentir, de jugar a agentes dobles. Buscan la victoria en una guerra de desgaste y creo que, si ahora volviera a subirme a ese mismo taxi, le comentaría a ese conductor tan agradable que nada es lo que parece, que los protagonistas han dejado de ser los que se sientan en el banquillo de acusados, y que si alguien tiene cojones, ovarios o ambas cosas, es quien está dispuesto a mantener la integridad y no perder la perspectiva a costa de una pieza del puzzle.

¿Saben? a lo mejor no todos servimos para esa guerra.

No me lo tengan en cuenta.



1 comentario

  1. Muy bueno, juicioso, bien escrito, denunciante y de enfoque original.

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